El pastor del Valle de Camprodon
Hace muchos años, cuando el valle de Camprodon estaba lleno de rebaños con sus cencerros y los pastores recorrían caminos y veredas, prados y montañas… un padre y sus siete hijos se pararon en el Pla dels Hospitalets para que las ovejas pacieran. Un día, empezó a nevar. Los hijos no habían visto nunca aquellos copos blancos y corrieron a contarle lo que pasaba al padre, que era ciego. El padre les explicó que aquello era nieve, que cubriría de blanco la hierba y que las ovejas pasarían hambre si no marchaban más abajo. El padre dijo que se pararían allí donde hubiera saúco y, encontrando el árbol en un lugar de su gusto, allí se quedaron. Construyeron siete cabañas, una por cada hijo, y el pueblo que creció entorno a ellas se denominó Setcases. El séptimo hijo era un mozo espabilado que con su rebaño de ovejas recorría los caminos del valle. Le gustaba pasar por la Fembra Morta, yendo hacia Molló, mirando los pedrones, buscando luciérnagas. A menudo se preguntaba por los amantes del Castell de Rocabruna y el Castell de la Roca de Pelancà, en Vilallonga de Ter, donde todavía le parece ver el asedio y el salto de los dos enamorados. Cerca de Llanars, siempre se paraba en el Oratorio, en la capillita construida con las limosnas que permitieron dar cobijo a la imagen de la Virgen. Cuando se alejaba de las montañas y bajaba a las tierras bajas, antes subía a Sant Antoni de Camprodon para disfrutar de aquel bello paisaje que dejaba atrás. Y, pasando por Sant Pau de Segúries, siempre se paraba a hablar con el Marinero, aquel hombre de mar que, con el remo al hombro, buscó un lugar donde nadie conociera aquel utensilio.